sábado, 22 de agosto de 2009

Apenas puedo dormir, así que me levanto con los huesos rotos y con la anemia diciéndome que me va a dar otro bajón. Pongo el vinilo de Gary Numan antes de que todo se vuelva negro y dejo que la cold wave surja efecto. Mi primer sábado libro en siglos y mi cuerpo me dice que tiene que pasar por la ITV y el homeópata que vive en el piso de abajo o me vaya a tomar por culo. Me imagino al viejo en su consulta con un montón de botes de formol que el Doctor Mengele no pudo llevarse a algún país corrupto en cuanto le desmontaron el tinglado. La colección de ojos de mellizos judíos del ghetto de Varsovia y esas cosas. Para los defensores de lo políticamente correcto, retiraré el comentario el día que la gente de aquí deje de verme saltando de cama en cama con un traje de luces. La cuestión es que Alemania es un país de matasanos expertos en pegarte el susto con un falso diagnóstico y paso de volver a pelearme, por lo que decido comprarme un kilo de carne de Turingia y una lata de caviar para regalarme la mejor comida en solitario que pueda hacerse antes de morir en la mejor fiesta. Y aquí estoy, preparándome para ver a chicas con pelucas del siglo XVIII y al neovodeviliano anticristo del cabaret, porque se trata de eso: de recuperar fuerzas y disfrutar ahora que se puede, ahora que hay tiempo. Esta vez no me voy a sentir de forma marginal aislado de todo al lado de gente que se lo pasa en grande sino que voy a estar vivo porque existo más allá de los sueños que daban consuelo.
Traje de raya diplomática, zapatos lustrados, el parche en el ojo, la baraja de cartas, el reloj de Voltaire.

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