domingo, 21 de febrero de 2010

Escríbeme una letra.
La mayoría de las canciones son estúpidas, incluso creo que le hablan sin franqueza a nuestra estupidez y lo aceptamos. Porque la estupidez es el único recurso natural inagotable.
Deberías saber que cualquier cosa que tienes escrita se puede traducir en música.
Lo recuerdo.
La música debería ser la perfección del esperanto, un lenguaje universal inteligible por cualquier cultura, sexo y raza, algo que llega y consigue depurar el alma de una manera aún más sencilla que las reglas de la lógica mediante las cuales construimos la realidad.
El sultán dirimía el pleito obligando al zurdo, al médico y al escriba a que les contara la historia más bella jamás contada. Los tres recorrerían una parte distinta del orbe buscándose a si mismos. Y encontrarían el amor, la tristeza, la ilusión por vivir o el deseo de perfección. Como en los viejos cuentos.
Escríbeme una letra, mi música se siente huérfana y nosotros también.
Extraña ciudad, extrañas casas y sacrificios a un sueño en vano. Todos los que pululan llegaron un día como ese zurdo, el galeno y el escriba y siguen ahí sin encontrar nada.
Debo trabajar. Eso es lo fácil. Debo anularme y pensar que la culpa la tuvieron las obligaciones con el día de hoy. Pienso en lo inclementes que pueden ser las agujas de un reloj. Detener el tiempo, arrastrarlo. Música para solitarios, para gente que va a seguir confundida, grandes verdades que no solucionan nada... quieres una letra o la llave que le de la vuelta a todo.

Hace años crucé los campos hasta esa gigantesca fábrica de café. Parecía una incineradora. El humo negro y el olor a torrefacto, el sol blanco y la insolación. Ahí tras todo aquello aguardaba un gigante que siempre tuvo que existir. Tenemos que hacer algo grande por mucho que nos pueda costar. Es cuestión de fe.
Una letra, una historia, un cuento.
Dibújale una oveja al príncipe del desierto. Dile que podrá volver a casa.

sábado, 20 de febrero de 2010

El ancho sendero de la decadencia

Finalmente decidí consultar con la suerte, como si se tratara de una más de las cuestiones que en nuestra vida deberían ser totalmente irrelevantes, cuál va a ser el próximo proyecto abierto que voy a zanjar, poniéndome como tiempo el espacio máximo de un mes. Puede que sea otra de mis carreras desenfrenadas y en el fondo puede parecer que no sé qué es lo que pretendo realmente con eso, pero veo que es la vía por llegar a la expiación, o a algo que me parezca sublime, o a mirar la brutalidad de la vida con los ojos abiertos. Lo que importa no es qué es lo que voy a escribir con mi propia sangre sino el como, cosa que tengo demasiado claro. Así que al volver del trabajo antes de tiempo me encierro en la habitación y saco de los bolsillos todo aquello que me ata y a la vez son las dos pertenencias que más me garantizan seguir en una celda si me paro y no hago nada más conmigo: las llaves, el dinero.

Omnia mea, mecum porto.

Y debe ser así.

Noche cerrada en Prenzlauerberg. Vuelvo a encender una vela y olvido todo lo que crea que me pueda preocupar. Se trata de elegir sólo un pathos para llegar a otro punto del laberinto, no supondrá ninguna gran victoria, pero sí una enorme esperanza. Saco mi baraja del siglo XVIII y separo diez figuras. Cada una son los seres inconclusos, historias que empecé a escribir y quedaron en borrones como los esclavos de Miguel Ángel, presos en el infinito del blanco. Debo elegir de entre todos uno para sacrificarlo, olvidarme de lo lejos que pudiera llegar en otras condiciones y presentarlo a concurso. Son demasiados y su peso hunde las espaldas en cada avenida a media tarde, cubre la frente de sombras, me dicen que todo es un desengaño.


Debo despojarme de uno y enviarlo a un concurso, lejos de mí como si después de beberme la botella la arrojara al Leteo esperando que alguien a punto de lanzarse a sus aguas se salve al ver el texto, porque todo es un sueño y no mucho más.

Las cartas se esparcen en círculo como si fueran el parlamento de los cuervos, un juicio que puede durar horas, desde el amanecer al crepúsculo un campo negro de córvidos llegados de todas partes para juzgar a uno de estos pájaros que ha quedado solitario en el centro. Éste normalmente grazna y obtiene las respuestas de sus semejantes en lo que parece una gran discusión, que al final con su castigo público, que no es otro que la muerte.


La carta de enmedio decide qué voy a terminar de escribir.
Irónicamente fue una de las primeras cosas que empecé...
Diez años atrás.


Diez años. Sólo por eso duele. Incluso parece odioso. Me pregunto porque seguía siempre ahí.
Recuerdo que una vez lo utilicé para mandarlo a un concurso. Lo amplié y lo mandé. Las copias nunca me las devolvieron y el original se perdió. Los aprendices de escritor no sólo pierden concursos, pierden muchas cosas más. Creo que eso me desanimó a no continuarlo, el saber que me tocaría volver a contar cincuenta páginas.

Se trataba de una historia de vampiros contada de un modo distinto al que yo estaba acostumbrado a leer por aquél entonces: había un poco de todo y lo mejor era que viéndolo desde el conjunto parecía un montón de Matriuskas una dentro la otra.
Ahora precisamente es uno de esos momentos en los que no me parece el mejor momento para ponerse a escribir sobre algo así, porque cada cierto tiempo aparecen nuevos motivos para dejar de hacerlo, especialmente porque siempre acaba estando de moda y apesta, pero si me dejo llevar por este tipo de disuación nunca lo voy a querer terminar y siempre estará ahí, en un montón de papeles y unos cuantos archivos .doc.

Es irónicamente una de las época de mi vida en que menos identificado me siento con este género: vivo en Berlín y fumo en pipa cuando estoy en casa, voy en tranvía o en bicicleta, llevo sombrero cuando hace frío, juego al ajedrez, a veces me pongo traje cuando tengo día libre, nunca para ir a trabajar. No pienso demasiado en la muerte, ni veo las series y no me gusta la novela gótica. Eso sí, en mi mundo casi siempre es de noche. Una vez estuve con una chica que me llevó por todos los cementerios de esta ciudad menos ese en el que están los hermanos Grimm y porque ya me harté de tanta lápida: era uno de esos días preciosos para estar en el Wannsee haciendo un asado o alquilar un bote en Treptow Park, cualquier cosa menos eso. El morburismo me lo dejé en Père Lachaise y en las iglesias de Florencia. Sin embargo durante este mes la cosa irá de vampiros o a algo parecido. Este será el ancho camino de la decadencia: los pasos por el mundo de aquellos que fueron temibles y que sin embargo sabían que algún día aquel mismo mundo también los olvidaría.
Hojeándolo un poco, recuerdo que era un texto bastante pesimista, siempre alrededor de la existencia de un modo muy enfermizo, en el que insistía más en la decadencia humana que en los numerosos crímenes cometidos por aquellos que estaban condenados a no morir. Por aquel entonces me gustaba mucho un libro que había tomado prestado de la biblioteca de un tipo llamado Cioran, que para el que no tenga ni idea de quien era, diré que fue un sonado que recorría París de noche por culpa de un insomnio que se volvió cada vez más atroz. Y deliraba. Escribió poco pero todo muy contundente y siempre cubriendo la derrota de oropeles. Gente como éste era la que me caía bien y así de fantástico me fue en aquellos maravillosos años.
Sin embargo con esta historia recupero a un personaje del que estaba casi enamorado, una criatura deliciosa capaz de sobrevivir a todos los tiempos. Mi primera heroína literaria. Porque todo caballero que cruce el Tártaro a ciegas necesita una dama a la que odiar si no es capaz a enfrentarse a sus sombras y Jacques, ese ser de una noche de más de mil años, tuvo una vez el corazón completo de una de las más singulares hijas de Perséfone.

martes, 16 de febrero de 2010

Mis regalos para algunas personas:


a Al'Bert, nadie como él puede analizar con tanto descaro la sobrada escatología de los países del Este. Sus ocurrencias me hacen pensar que le gustan los viajes de Gulliver.



Para la gente de Marzahn-Aragón. Dadle caña.




a Ferran, por decir en Berlín quienes fuimos y quienes somos.


a mi hermano Dex. Viviendo al lado del arte como si no existiera el mañana.


a mi maestro. Por vuestras cartas. Por vuestros ánimos en los que fueron malos momentos. Por vuestra determinación. Vagabundo bajo las estrellas, Tusitala, dador de sueños.
A Fernando Manchado, a quien unos versos lo volvieron en uno de los mejores fotógrafos de nuestra generación. Y nuestra generación quiso ignorarlo, por lo que se puso a trabajar pensando en la venidera.

a Angie Stardust. Siempre a lo grande.

a la chica que siempre me guiña el ojo. Ya la conocéis.

a Iris, por despertar al sonámbulo. El mundo ya tiene un nuevo monstruo.
A Gunnar Eythorsson, mi mejor amigo en Berlín.

a Katerina, mi socia de todo a medias, atracadora de bancos en tiempos de recesión y fotógrafa de gente que personifica la locura de Weimar. Besos rojos marcan las paredes de Kreuzberg.

a David Alexander, brindando a su salud con Mansinthe cerca de la Volksbühne, de todo Doppelherz y siempre siempre en la Golden age of the Grotesque. Ánimo con todos tus proyectos.

a Diana de Meridor, quien conoce a Lully, a Vendome y me hizo entrar en su aurífica corte de Apolo, mostrándome palacios que ya no existen y cartas de personas buenas y malas, nobles y de dudosa reputación, pero que ahora son todos iguales porque están muertos. Mis respetos, Madame. De uno de vuestros epicúreos.










domingo, 14 de febrero de 2010


"No hay sala de fiestas en el mundo entero que se pueda soportar mucho tiempo a no ser que pueda uno emborracharse o que vaya con una mujer que le vuelva loco de verdad".
Holden Caulfield

viernes, 12 de febrero de 2010

Eran las cinco de la noche y parecíamos insectos entre montañas de espuma de afeitar. Ese es el invierno en la Schliemannstrasse a la salida del trabajo. Mi jefa me pidió si le ayudaba a arrancar el coche porque con la nieve no había quien hiciera funcionar esos trastos. Después de pringar toda la noche termino empujando el carro mientras las ruedas giran como lavadoras neuróticas y los copos siguen cayendo como si todavía recibiéramos postales de navidad.
Al llegar a casa me encuentro al Doctor dando vueltas por la cocina incapaz de terminar el diagnóstico de un tipo que se cargó al marido de la tía que se estaba tirando, el más normal de sus pacientes por lo que me ha explicado. La olla hervía con cuatro hierbajos, gengibre y algún mejunge raro que se hace para combatir el resfriado y los cigarrillos nos esperaban encima la mesa. Le cuento que una amiga me ha traído los nuevos flyers para el Mokum y que en cuanto pueda voy a empezar a repartir de nuevo, de bar en bar, de barrio en barrio y de un Berlín al otro. En cuanto me pregunta si me canso de meter siempre la misma música le contesto que intento no poner nunca la misma música, porque es lo que más detesto de las fiestas que hacen los otros tipos: el negro, el goblin, la rata... están repitiéndose cada dos por tres.
Le explico que he descubierto un tema muy raro que precisamente me pidieron en el CCCP: 96 Tears, de Question Mark and the Mysterians. Me sorprendió que me lo pidieran dos chicos con camisetas de marinero gay que parecían salidos de alguna tarde en Barrio Sésamo, porque precisamente tenía el cd recién salido del horno dentro del tercer estuche, que es donde meto todas las cosas nuevas. Por desgracia no pude pinchar las 96 lágrimas porque el Negro me decía que se acababa mi turno y que quería pinchar otra vez un rato, así que nada de Question Mark and the Mysterians, pero hoy al levantarme la he vuelto a poner en casa como unas cinco veces porque lo peor de todo es que el tema es de lo más pegajoso una vez has dejado de odiarlo, porque se las trae. Curiosamente en su época fue más que un hit como el Sweet Jane de la Velvet o el Fire de Arthur Brown, pero igual de olvidado a la que cambiaron las modas. Ahora que en Berlín tanta gente sigue reivindicando la música de garage, es normal que alguien te pida algo como esta banda de Michigan, pero no dejó de llamarme la atención: el cantante es uno de los seres más colgados al micrófono, basta decir que se cambió su nombre oficial por "?" y que los extraterrestres le habían dicho la letra de las 96 lágrimas, por eso y por otras tantas cosas lo llaman Question, porque el hombre todavía sigue vivo, oyendo sus voces y todavía sin quitarse las gafas de sol.
We'll be together
For just a little while
And then I'm gonna put you
Way down here
And you'll start cryin'Ninety-six tears
Muy majo el chaval, sólo basta leerlo.
En cuanto a mi dieta de un film por día, sigo manteniéndola, mejorando el idioma y sí recuperando el amor por el cine, porque llevaba tiempo sin ver nada de nada. Al final me voy a acabar haciendo amigo del hombre del videoclub, que no nos engañemos, no deja de ser el confesor de la era postmoderna. Carne no he vuelto a comer desde el incidente y la Berlinale muy bien, muy bonita, mucho glamour, mucha pantalla con famoseo, chupacámaras y todas esas cosas. Los tengo a todos bebiendo después en el bar, con menos glamour y bastante pasados. Veo que sigue nevando como si nos estuvieran enterrando vivos, meto las 96 lágrimas y me preparo para el reparto.

miércoles, 10 de febrero de 2010


Realmente todos los idiotas tienen suerte. Y yo no podía ser una excepción.
Ayer podía haber sido el último día de mi vida. Y hubiera sido divertido.


Hace algo más de un año, en uno de los retornos al útero, es decir, volver a Barcelona, los amigos tuvimos una larga conversación acerca de los siete pecados capitales. Lo compartamos o no, sabemos lo que significa cada uno. O quizás no tanto, porque cuando se pregunta de esos siete cuál es el que padeces de verdad, entonces nos damos cuenta de lo poco que hemos buscado en nuestra naturaleza humana. Incluso no aconsejo responder a la pregunta porque la mayoría de las veces la respuesta no la tenemos. O aconsejo responder Lujuria, que siempre queda bien y haremos sonreír a los demás, pero lo cierto es que pese a ser el más común de los pecados, en realidad es muy poca la gente que queda más determinada por éste que por cualquiera de los otros seis.


A Dante le marcaron los siete en la frente y en su ascensión por el monte Purgatrio pudo ver cuales les costó más lavar.


El que más nos avergüenza es el que más llevamos dentro.

Debemos buscar a alguien con quien comer y beber antes de buscar algo que comer y beber, pues comer solo es llevar la vida de un león o un lobo.
(Epicuro de Samos)


Ayer por la tarde tenía un enorme trozo de carne dentro del cuello: me lo había tragado pero no podía bajarlo. Ni tampoco subirlo y sacarlo por la boca. Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde: me estaba ahogando. En ese momento ves que la vieja cocina sigue estando ahí y más allá el pasillo y la puerta entreabierta del cuarto al fondo, pero tú ya no vas a estar ahí. Todo eso se queda pero tu no. Estás luchando por sacar eso o tragártelo. Ambas cosas dolorosas. Y te das cuenta de que la has liado, porque no hay nadie en la casa. La vas a palmar solo, piensas. Vaya puta mierda. Y te ahogas como un cerdo. Algo que llama la atención en las matanzas es que el cerdo gime como una persona, sobre todo cuando lo están agarrando y nota como el cuchillo va a entrarle por la axila para ir directo al corazón, pero la verdad es que somos nosotros los que nos parecemos a ellos cuando vemos que de ésta no se sale y nos empeñamos en salvar el culo. Al final yo ya estaba corriendo nervioso sabiendo que no llegaría al baño, pero tampoco sin poder quedarme quieto. Eso es picar el anzuelo. A veces sólo se lo puedes quitar a un pez abriéndole el cuello. Me golpeé el estómago con todas mis fuerzas en un acceso de rabia y noté como de golpe se iba todo al cuello ahogándome todavía más, como si a la ciudad le cortaran la luz y a mí el gas. Salió de golpe: enorme, asqueroso, mal masticado y casi crudo, en toda mi boca y de ahí al suelo, dejándolo manchado de algo que había salido de mí y que mejor no saber.



Eso es la gula: el ansia.
Comes más de lo que puedes porque mañana ya no queda, y porque ya sabes lo que es pasar hambre, sinceramente prefieres morir reventando porque has vivido como un depredador que como Ugolino en la torre. Y ahí estaba viéndome el pedazo de carne sin que pudiera saber que me había quedado pálido, pero pese al daño pensé eso de "Es igual, mañana te olvidarás y volverás a comer otra vez como un animal. Porque tu has pasado hambre y odias a la gente que mira la comida con asco. A ti te gusta prepararla, servirla bien y disfrutas el momento como pocos." Pero el trozo de carne estaba ahí y la repulsión sigue un día después. Y no, me di cuenta ya entonces viendo aquella guarrada de que no lo olvidaría tan fácilmente, y de que en el fondo y pese a haber perdido todas las partidas, era un tipo con suerte. Al cabo de veinte minutos empezaba el trabajo y una de las compañeras me dijo: Es una alegría verte: siempre estás contento, no sé como lo haces.

Esta vez me sentía realmente muy contento.
Debería haber acabado ese libro, pensé cuando me estaba ahogando.


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Hoy a pocos minutos de volver a entrar al trabajo me he dado cuenta: tío, hoy ya no te tocaba trabajar. Te había tocado palmarla, pero todos los tontos tienen suerte.

Ahora me me voy a cuidar de acabar de una vez ese jodido libro.

domingo, 7 de febrero de 2010

Los límites de la razón pura

Berlín es la fea con la que todo el mundo se divierte. Un espectáculo entre la ruina protagonizado por titiriteros, cómicos itinerantes, series ebrios de éleboro en el carro de Tespis, quedándose demasiado tiempo en las ruinas de unos bombardeos que nadie recuerda, porque éste es el destino de muchos de los nobles itinerantes que empeñan sus casacas raídas y no hay ningún otro que el dejar que la locura abra las tumbas de los que descansan como en los momentos más geniales de Artaud en los que todo el protagonismo iba para los histriones, porque hoy es domingo y los aprendices de actor recitan en el hemiciclo del parque del Muro. Y mientras, la gente sale en turba de las conejeras para vender los objetos que dice que ya no necesita para resbalar por las calles y romperse los huesos contra el hielo, porque las aceras son blancas y de cristal, las resacas de los que vuelven de algún sitio bastante espantosas, como los cuerpos en los cuadros expresionistas, rostros lechosos con la línea del colchón cruzándoles media cara, olor a tabaco de liar y una botella de cerveza en la mano derecha. Las bicicletas robadas la noche anterior se acumulan al lado carátulas de cantantes sonrientes que deben estar realmente pudriéndose de cáncer en algún asilo si realmente crees lo que dice la wikipedia.
Esto es lo que ocurre un domingo por la mañana bajo los tejados nevados del quizás bello Prenzlauerberg. El Film café ya ha encendido la luz roja, el propietario se toca una calva que no le debe dar demasiada suerte y el vecino de arriba le tira una silla de cáñamo desde el balcón que tiene lleno de unas plantas que no sé como todavía aguantan el frío sin quedarse tiesas. El reloj me dice que entro dentro de dos horas y que voy a tener que intentar ser simpático con los demás si quiero llegar a final de mes, cosa que no me importa porque tengo un paquete del mejor café del mundo y nuevas ideas para escribir. Es lo bueno de estar en una habitación con la estufa a tope y un batín parecido al que Robert de Niro usa en esa peli de gángsters cuando Ray Liotta viene a tocarle los huevos con sus paranoias, porque como diría una buena amiga, poder ponerse las zapatillas es lo que nos devuelve la dignidad y a mí me gusta sentirme como el Tejón del Viento en los sauces cuando estoy en casa, junto a mis libros y sin ganas de compañía, ser un lord del Parlamento en tu propia guarida. Quizás algún día tendré manuscritos antiguos, un loro y un fiel criado oriental dispuesto a acompañarme por extraños viajes de cartógrafo más allá de un mar negro y eso es lo que tiene madurar, que todo lo encuentras bastante mejor.
Mi compañero de piso está circulando con la moto por los edificios idénticos en la zona donde todo parece legolandia acumulando un par de accidentes, medias propinas y un reparto de comida basura ejemplar.
Mi otro compañero de piso me encuentra a la salida del trabajo y me lleva al primer bar que siga abierto al final de la madrugada para contarme que se va a largar un mes fuera, que podrá dejar de hacer informes en la cárcel durante un tiempo y que nos meterá un estudiante en su cuarto para que la cosa cuadre, pero que de todo me ocupe yo. En ese momento una chica viene a nosotros y se sienta conmigo cuando pensé que lo lógico sería que sentara al lado del doctor que por lo menos siempre le entenderá el cerebro más que yo, pero la muy cerda empieza a abrirme el estuche con los cd's y a preguntarme si soy Dj.
Cuando te va bien con una tía vienen todas, Doc. Es la puta ley de Murphy.


Entoces llega un tío cachas baboso bastante arquetípico y le da el coñazo mientras el Doctor y yo volvemos a hablar de mi amigo Q, el cual me había llamado para decirme que había conocido a Tote King y que estaba contento por él, porque al menos tenía un motivo más para levantarse cada día a las cuatro para coger el coche y alegrarse de que un tío entendiera sus desgracias con las putas tías. La tía que estaba a mi lado se levanta para no volver y entonces el chachas nos cuenta que está enamorado de ella y que ella pasa de él y le contesto que vengo de hacer 12 horas lavando platos y cargando cajas pero que ha estado bien porque la jefa me ha dejado poner mis compacts. Entonces me vuelvo a dar cuenta de que la música de ese sitio es una mierda pero la Djane es una tía conocida y tiene buen culo con lo que no le debe costar ni la mitad que a mí encontrar salas donde ganar la pasta para el alquiler. El Doctor empieza a analizar al cachas y a contestarle medio borracho lo que piensa de sus respuestas, cosa que no me sorprende mucho.

Y es que el Doctor es un tío muy chungo. Una vez volviendo de ver a una tía arrancó la raza del wáter y durante una semana tuvimos un boquete enorme en el cuarto del baño y el otro día por mi cumpleaños, me fui con él de fiesta y acabamos en una discoteca que se encontraba en el piso 12 de un edificio de oficinas lleno de niñatas con bolsos de Prada y un ghetto de chinos comportándose como chuloputas con sus hermanas que estaban bailando tecno en unos pódiums con las vistas más espectaculares de todo Berlín. Porque la imagen de la torre de la televisión y la luna espectral por encima de los bloques siniestramente iluminados era impagable, y aquel ascensor con unos tíos cuadrados controlándolo todo tuvo su punto,, porque sabes que tras esa mafia el lunes por la mañana los gafotas pastillómanos vuelven a sus ordenadores en la compañía de seguros y se tiran medio día al teléfono con los de la sede de Hamburgo, llenando un montón de papeles que acaban en la trituradora o haciendo cola en la máquina del café con un ejemplar del Berliner bajo el brazo.

Creo que el Doctor y yo nos sentimos viejos rodeados de tanto niñato cervecero y tías mongas con pocas peras y menos luces. El recuerdo de mi amigo Q pillando un taxi resacoso perdido para volver a Barcelona fue bastante triste. Porque en la noche haciendo el burro todo es fantástico y a veces el mundo debería ser siempre así, pero la realidad es que casi siempre nos encontramos con un martes por la mañana cargando las bolsas del súper y dando gracias por seguir podiéndolo hacer. Definitivamente siempre supimos que para bien o para mal la vida es otra cosa.

Y sí, me alegré de tener a un gran amigo estos días por mi cumpleaños, porque todo incluso en el trabajo mientras mis compañeros se emborrachaban a mi salud fue muy divertido y creo que ya inolvidable, sobre todo porque lo dejaron todo patas arriba, pero qué cojones, creo que se lo merecían más que nadie, porque tenemos la obligación de vernos más que a nuestras familias. Y almenos ahora ya conocen el auténtico cava catalán, que no da tantos dolores de cabeza como el Rottkäpchen.

Tengo una nueva caja de flyers y he empezado a repartirlos por el barrio. La griega y yo hemos organizado una nueva fiesta, esta vez homenaje a Joy Division,la legendaria banda de Manchester y que aquí sigue estando de revival, por lo que viendo que nadie había montado una fiesta aún nos decidimos por hacerlo. La puta caja pesaba tanto que tardé tres cuartos de hora para llevarla a casa intentando no caer en el hielo y pasando un frío del quince.