Ayer podía haber sido el último día de mi vida. Y hubiera sido divertido.
(Epicuro de Samos)
Ayer por la tarde tenía un enorme trozo de carne dentro del cuello: me lo había tragado pero no podía bajarlo. Ni tampoco subirlo y sacarlo por la boca. Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde: me estaba ahogando. En ese momento ves que la vieja cocina sigue estando ahí y más allá el pasillo y la puerta entreabierta del cuarto al fondo, pero tú ya no vas a estar ahí. Todo eso se queda pero tu no. Estás luchando por sacar eso o tragártelo. Ambas cosas dolorosas. Y te das cuenta de que la has liado, porque no hay nadie en la casa. La vas a palmar solo, piensas. Vaya puta mierda. Y te ahogas como un cerdo. Algo que llama la atención en las matanzas es que el cerdo gime como una persona, sobre todo cuando lo están agarrando y nota como el cuchillo va a entrarle por la axila para ir directo al corazón, pero la verdad es que somos nosotros los que nos parecemos a ellos cuando vemos que de ésta no se sale y nos empeñamos en salvar el culo. Al final yo ya estaba corriendo nervioso sabiendo que no llegaría al baño, pero tampoco sin poder quedarme quieto. Eso es picar el anzuelo. A veces sólo se lo puedes quitar a un pez abriéndole el cuello. Me golpeé el estómago con todas mis fuerzas en un acceso de rabia y noté como de golpe se iba todo al cuello ahogándome todavía más, como si a la ciudad le cortaran la luz y a mí el gas. Salió de golpe: enorme, asqueroso, mal masticado y casi crudo, de mi boca al suelo, que quedó manchado y hasta aquí quiero explicar .
Eso es la gula: el ansia.
Comes más de lo que puedes porque mañana ya no queda, y porque ya sabes lo que es pasar hambre, sinceramente prefieres morir reventando porque has vivido como un depredador que como Ugolino en la torre. Y ahí estaba viéndome el pedazo de carne sin que pudiera saber que me había quedado pálido, pero pese al daño pensé eso de "Es igual, mañana te olvidarás y volverás a comer otra vez como un animal. Porque tu has pasado hambre y odias a la gente que mira la comida con asco. A ti te gusta prepararla, servirla bien y disfrutas el momento como pocos." Pero el trozo de carne estaba ahí y la repulsión sigue un día después. Y no, me di cuenta ya entonces viendo aquella guarrada de que no lo olvidaría tan fácilmente, y de que en el fondo y pese a haber perdido todas las partidas, era un tipo con suerte. Al cabo de veinte minutos empezaba el trabajo y una de las compañeras me dijo: Es una alegría verte: siempre estás contento, no sé como lo haces.
Esta vez me sentía realmente muy contento.
Debería haber acabado ese libro, pensé cuando me estaba ahogando.
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