domingo, 12 de julio de 2009

Hoy como ayer he trabajado hasta caer rendido. Aún no puedo llegar a creer lo que he llegado a hacer a lo largo de la noche. Era como estar llevando tres vidas distintas sin parar. El alud de muchedumbre era tal que no me lo he podido tomar de otra forma que reduciéndolo al absurdo. A cambio recibo un reembolso envuelto en agria hipocresía. Al igual que Luis XIV he contestado que yo no tengo amigos. Y pienso que sería capaz de tirar a alguien por las escaleras sólo por placer. El euro es tan vil como necesario. Las zorras que están sentadas en alguna de las habitaciones del Wohnzimmer lo tiran descuidadamente porque es una forma de reafirmar su estatus. Sus miradas poco triunfales tienen el signo de la universidad. Su promoción es la apariencia, una imagen cuidada para gustar y seguir odiándose ante el espejo, que no es más que aquello que ven, un cúmulo de mierda. Evidentemente esto no termina llegando a casa de día con las gafas de sol. La historia tiende a repetirse al volver la noche, donde las normas canvian, pero nunca el número de gilipollas

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