lunes, 13 de julio de 2009

Bajo el influjo del Zóhar

Siento que llevo años jugando una partida de ajedrez sabiendo que he perdido a la reina y desplazándome al otro lado del tablero, donde las cosas no son igual. Heme aquí en Prenzlauer, inmune al frío y con cinco discos de vinilo que he encontrado expuestos en cajas de cartón, gafas de sol y exfoliante, deslumbrándome con la herencia de Sefarad, porque el lenguaje es creador y si a cada letra se le asigna un número y sentimos las frecuencias nos encontramos con vida, lo sentimos todo, vemos que las calles rebosan estando vacías, que diez soles contemplan pálidos los placeres purpúreos, las Siegliende y Krimilde de miradas gélidas fueron Esther y Judith de ojos rasgados, cruzan la misma esquina por la que se les deportaron como si siempre fuera de ellas. Smoboda toma café apoyado en el marco de la ventana intentando saber de qué color son los tejados con buhardillas, son las ocho de la tarde aquí y en las clépsidras. El tiempo que pasa es el mismo o el que nosotros decidimos. Me he cansado de leer las claves biológicas del desamor que hicieron a Punset un pensador de prestigio y que me ha enseñado que donde más se aprende es en los aeropuertos, en los cruces, los sitios de tránsito. Mi país es una auténtica encrucijada al igual que los ventrículos de esta metrópolis sobre la que mi amigo Ponzani no pudo evitar comentar antes de marchar a Roma subiéndose a la S-Bahnhof: "Esto está irreconocible. Yo vi como construían el Sony Center y lo mal que estaba todo esto. Ahora ya se puede vivir y hasta empieza a parecer una ciudad de verdad. Te echaré de menos, compañero". Sí, pienso que se puede aprender mucho yendo de un sitio a otro, depende de lo que uno busque. Yo tengo muy claro que además de absorver todo lo que vivo también debo encerrarme y trabajar duro, pero esta noche también voy a salir y voy a divertirme, pues es mi turno.

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