domingo, 3 de mayo de 2009

Retretes de disco

Noche de perros y la habitación llena de flores y música de vinilos. En el cuaderno tengo anotado cosas que aprovecho para todas las cosas que intento escribir. Una taza de té turco sigue humeante a mi lado y abro la ventana para oír la lluvia entre las hojas de los castaños. Ayer estuve colgando chaquetas en el guardarropía de una discoteca o algo así. El propietario es un marica depresivo que se encierra en un pequeño despacho para hacerse unas rayas kilométricas y salir cantando diciendo que volverá dentro de dos días. Los que organizan la fiesta pelean con los cables y los equipos de sonido y la S-Bahn pasa por encima rugiendo como los corceles de Hades dirigiéndose al Cocito. El estruendo es toda una descarga de energía y puro rock. Las chicas se maquillan en el enorme espejo del baño y me dejan los zapatos encima el mostrador preguntándome si se los puedo guardar gratis. Luego cae el número de teléfono. Me pongo a leer la novela en inglés que mi compañero de piso me ha prestado y tomo una Fritz Cola de café, lo cual es un auténtico lujo teniendo en cuenta de que tengo que ver como todo el mundo se está divirtiendo mientras yo me siento como un pájaro enjaulado con un montón de chaquetas y bolsos en la espalda.
El mundo es pequeño. Venus me presenta a Angelo, el guest Dj de la fiesta que llega con su mujer y varios kilos de simpatía. Él fue la persona que les enseñó a meter música y a la que ha tenido un hueco ha pasado por Berlín para hacer una sesión. Angelo no es solamente una persona que trabaja desde hace más de 22 años en este oficio. Es una persona que sólo ha trabajado de esto en toda su vida, eso sí, en todo tipo de clubs y prácticamente siete días a la semana. Desde el primer momento aceptó poner cualquier estilo de música e intentar hacerlo siempre lo mejor posible. Su presencia anima a cualquiera y el optimismo que destila es más que admirable. Estamos charlando un rato mientras espera su turno y me dice que estuve en Barcelona una vez porque su primo era el socio capitalista de una pequeña pizzería en la calle Comte Urgell. Cuando me dice que la pizzería se llama Roma me quedo de piedra y me entra la risa nerviosa. Le pregunto si conoce a un tal Carmine y él también empieza a reír diciéndome que no se creía lo que estaba oyendo, que claro que lo conocía, ese era el otro socio, el que llevaba el local. Todo es absurdo: yo estaba siempre pasaba por el Roma y muchas veces sabía que para darle una alegría a alguien lo mejor era ir ahí a buscar suflí. El tal Carmine es un tipo con varias personalidades al que no le gustó demasiado que me fuera a vivir a Alemania pese a que él hubiera hecho algo parecido. Además el cabrón hace muy buena comida, la misma que puedes encontrar en Italia. Me acuerdo que me dijo que yo acabaría volviendo, y eso siempre ha quedado ahí. Existe algo que se llama evidencia. Y contra eso no hay demasiadas posibilidades. La cuestión es que Angelo me puso el Ashes to ashes de Bowie y la sala era completamente azul como el cuarto en el que pensaba. En la sala de al lado los focos eran rojos y la música electrónica se mezclaba con el arrepentimiento del Delgado Duque Blanco, el cual paseaba por la playa del videoclip convertido en un triste Pierrot. Mi madre ya me dijo que no me mezclara con gente como el Comandante Tom. Llega Lilith Nightingale, se sienta en un taburete y me dice que Jung no era fascista. Me cuenta que está leyendo la edición alemana del final del Laberint de Salvador Espriu y que le encanta el minimalismo del poeta de Sinera. Al ser una versión bilingüe ve el gran contraste entre mi lengua y la suya, la traducción hecha de forma no literal y seguramente acabará hablándole a sus alumnos de este autor que era capaz de rechazar premios y a no optar por un Nobel para poder denunciar una situación que Europa no quería mirar porque tenía demasiados intereses económicos en la milagrosa economía del gobierno monocolor del tardofranquismo.
Deneuve llega con una copa de vino, las presento y en ese momento se incendian los lavabos de la discoteca. El humo llega a la sala pequeña, los porteros llegan con el extintor mientras tiro hielo picado a los rollos de papel higiénico que están ardiendo. Nadie sabe como ha podido ocurrir, pero se ha visto a Snuffboy merodear demasiado rato y es el único que ha desaparecido. En la sala roja suena Covenant y algunos dicen que se quite esa mierda. El cantante vive en Berlín pero no se come una rosca con ninguna y se ha convertido en objeto de chiste fácil, tanto que cas no sale de fiesta. Las estrellas muertas todavía arden.
Salgo con el dinero ante la tristeza general y cojo la U Bahn. Unos tipos gordos están cantando con sus botellas de Berliner y yo sólo pienso en coger la cama y desaparecer. La estación elevada muestra los olmos magníficos, las calles desiertas y un nuevo día gris con frío matinal, pájaros posándose en los marcos de las ventanas, familias que madrugan para ir juntos al Flohmarkt a comprar trastos de segunda mano, el vendedor de crepes en la esquina de la Spaarkasse y mi compañero de piso volviendo de la cocina de un McDonalds en el otro extremo de la ciudad. ¿Nos largamos a Islandia a pescar bacalao? No podemos evitar reírnos de todo mientras los primeros cafés enseñan en sus pizarras el precio del brunch buffet y el freak de los siete sombreros en la cabeza y los pañuelos de colores colgándole por todas partes nos dice que la vida es maravillosa y que dios está con todos nostros.

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