lunes, 14 de septiembre de 2009

Escribo una carta a mi maestro, tomo un té y abro el cuaderno para seguir desahogándome. Tan sólo son martillazos contra el mármol, pero en el futuro salvaré la figura que se encuentra presa en el bloque. Yo no creo nada, he recorrido esta ciudad al milímetro y la conozco con los ojos vendados. Se trata de un embrión digno de una distopía del mañana, de una mujer con vidas pasadas marcadas en su cuerpo, un bello oxymoron.
Mi mejor compañía son los libros y una cámara de fotos con la que retener el parpadeo. Los primeros me enseñan las puertas de la aurora y la segunda lo registra todo por sectores. Recorro la noche como un sonámbulo dejándome arrastrar por una línea férrea asaltada por seres residuales incómodos por el neón.
Meses después de vivir como uno de ellos, me doy cuenta de que no puedo hablar de Berlín, sino que es Berlín quien habla de nosotros.

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