domingo, 25 de octubre de 2009

La locura del militarismo prusiano

Muchas veces se ha dicho que el siglo XVIII tuvo a Prusia como protagonista fundamental antes de que Madame Guillotine cambiara drásticamente el curso de la historia. Ese profundo interés en humanizar pero de forma ajena a los hombres, llevado a cabo por Federico el Grande, fue la manifestación en forma de ley del abandono definitivo de las ideas misántropas que hasta entonces habían estado tan en voga, hasta que el mundo quedó dominado por la apatía en los círculos de sangre azul. Federico fue uno de esos dirigentes cultos porque nunca pensó que tendría que dirigir, de hecho había sido desheredado y confinado por su padre, el mítico rey sargento, por desobediencia y por tocar la flauta con un apuesto teniente con el que planeaba escaparse y vivir como los faunos en unas bucólicas sólo imaginables en la mente de Virgilio nórdico, y sin embargo dotó a su país de las leyes más modernas y lo llevó a protagonizar los avatares más importantes de la política internacional.


El mismo Napoleón Bonaparte reverenció su sepulcro diciéndole a sus oficiales que de estar Federico vivo ellos jamás hubieran llegado tan lejos, porque como estratega militar, el rey de Prusia no sólo superaría con creces a su paranoico padre, el cual era más rudo y tozudo que otra cosa, sino que demostraría tener un talento inaudito sólo comparable al de Julio César, que no sólo le llevó a seradmirado por sus contemporáneos sino que aún hoy se le considera uno de los mayores genios militares después de convertir a la pequeña y espartana Prusia en una potencia capaz de decidir los designios de todo el continente. Pero el rey flautista es sólo uno de los muchos otros prodigiosos generales prusianos, militares de disciplina férrea capaces de hacer retroceder a cualquier contrincante aunque se encontraran en una situación de clara inferioridad numérica.

Así pues, no fueron Federico y su padre los únicos en destacar a su pequeño reino por los hechos de armas: Von Clausewitz es otro de los grandes, especialmente por el desarrollo teórico de su particular maquievalismo bélico. No en vano fue él quien dijo que la guerra es sólo la prolongación de la política. Y la tradición continúa a lo largo de todo el siglo XIX, durante las guerras napoleónicas, y posteriormente con la unificación de Alemania, en donde tras tres guerras meteóricas, los prusianos logran la formación de un nuevo país pangermano haciendo que su rey pasara a ser Káiser, e incluso dura hasta en la primera guerra mundial, en la que Hindemburg llegó a ser visto como un héroe nacional al remontar batallas perdidas de antemano con un aplomo digno de admiración, por lo que podríamos decir que el mito de la escuela prusiana era tan grande como lo ha sido el del gentleman inglés, incluso igual de dispar, porque muchos de estos grandes hombres no tenían mucho que ver con esa erguida figura enfajada y almidonada que pasaba revista con mirada recta y penetrante:


El general Gebhard Leberecht von Blücher es famoso por haber sido el hombre que comandaba las tropas prusianas en Waterloo (1815), en la que pese a que sea recordada como un combate en el cual Napoleón, según la leyenda aquejado de hemorroides y por tanto más pendiente de salvar el culo que la bandera de Francia, pasó horas intentando hacer fractura en las líneas del Duque de Wellington, fue sólo con la carga de Blücher cuando se decidió el final de una partida que podría haber quedado perfectamente en tablas. Aún así, Blücher distaba mucho de esa rígida figura de gran general, porque si tenía que luchar realmente contra alguien era consigo mismo y su demencia, que la estaba padeciendo a unos niveles inauditos a sus más de setenta años de edad y unos cuantos grados de veteranía fundidos por la irrealidad más absurda. Blücher, que había sido uno de los grandes en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), era lo que los historiadoes llaman "un charlatán imprudente, un jugador frenético, y un psicópata". Padecía de melancolía senil, y delirios paranoicos. Creía por ejemplo que, a causa de sus pecados, estaba embarazado con un elefante. Otras veces se desplazaba en puntillas o saltaba para no quemarse los pies, porque estaba convencido de que los franceses habían sobornado a su servicio para que calentaran el suelo de su habitación". Luces y sombras de la deslumbrante cultura prusiana, muchas veces y a menudo protagonizada también por gente de muy pocas luces, al igual que en nuestra historia y prácticamente en todas las demás, lo cual me lleva a pensar que no ha sido la única vez en que las personas han sido dirigidas por auténticos enfermos mentales en dirección a un barranco o a un éxito rotundo, pero siempre de forma casual, no causal como se nos da a entender. Incluso pienso que hoy más de seis Blücher andan por ahí sueltos dirigiendo la política internacional matando moscas a cañonazos con un orinal en la cabeza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesantisimo, y sarcastico al mismo tiempo. Mira que soy desendiente de prusianos tambien. Los prusianos eran asi de excentricos, pero parece ser que esos son los mejores (vea el ejemplo de un tal "Jesus de Nazareth", el cual era muy exentrico para su epoca).
Deberias escribir para alguna columna de Diario, o para algun telediario.
Hoy dia los noticieros estan plagados de gente malhumorada, y eso aburre a las "gentes" incultas (las cuales son mayoria absoluta).

Salud y suerte.
Aleson Muller.

Rlv Telf:: 0424-000000 dijo...

Es curioso que se culpo al militarismo prusiano de incitar el belicismo en alemania y sin embargo en su mayoria los generales prusianos estuvieron en contra de la guerra. Ahora es Kaliningrado.