domingo, 25 de octubre de 2009

Hace diez años escribí una historia de vampiros con la estructura de las Matrushka. El último círculo se cerraba en Cracovia y en Berlín. Volví a releerlo todo y me horroricé ante la inocencia de esos años. Sin embargo había una cuestión de fondo y era el hecho de insitir en lo insoportable de la perdurabilidad, lo cual representa el drama contrario al de la tragedia, donde lo grande es alcanzar la muerte en el momento sublime. Sin embargo una década más tarde mi desinterés por los vurdalaks es tan grande que dejo apartado ese trabajo por estar mucho más interesado en otras cosas. Los vampiros permiten tocar tres temas que interesan: la evolución histórica, la muerte y la sexualidad. Siempre venderán. Es el monstruo que el hombre ha creado a su imagen y su semejanza para encarnar la parte más oscura del ser. Y desde que conocimos el poema de la novia de Corinto, la imprenta se ha aficionado a esos seres sobrenaturales de una manera harto rentable. Bela Lugosi lo vistió con capa y traje de fumador, el berlinés Max Schreck ya lo dibujó horrible en su día y el de Lon Chaney fue quemado al poco de su estreno por haber inspirado la ejecución de un asesinato real, por lo que sólo conservamos algunos fotogramas.
Volver del trabajo para volver a pasar la mirada por todo lo escrito es una experiencia encantadora. Es como cuidar de una parcela o vigilarla girando alrededor de sus lindes, una manera de relajarse o de encontrarse uno mismo con aquello que es. El hecho de separar de mí aquello que escribo y de no permitir rasgos de mi personalidad en aquello que hago, me hace sentir bien, porque me demuestra que a veces soy capaz de mirar hacia otro sitio y también de sacar algo nuevo que no está ahí. Cada vez meto menos verdades disfrazadas, simplemente no las necesito, es más, esas nuevas realidades hacen mayor a aquello que ya existe.
Amanece. Los tejados parecen haber llorado mientras casi todos duermen. El cielo se muda y el camión de la basura llega puntual para sacar los contenedores de los patios. Las nubes están llegando al suelo como errabundos cansados al final de la noche, tras una fatua y vana pasión.

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