viernes, 23 de abril de 2010

El chico de las pesadillas orwellianas leía menos y paseaba más, miraba detenidamente a la gente, respiraba hasta sentir el hielo en los bronquios, escribió en la pared ya no miro más atrás y colgó un póster con el hada verde al lado de la cama. Se enfrentó a los fogones de su cocina y a los de su trabajo, siguió barriendo la calle, limpiando el cristal de la ventana hasta volverlo todo nítido como si así descifrara la frase de Blake. Siguieron las conversaciones con uno mismo en las profundidades de los campos de la mente, los cafés en la mesa de coser y las mejoras en el guardarropa a medida que cambiaba un tiempo. Velas a partir de medianoche, las obras de Bach y las sombras de los cortesanos. Al final llega el día y no te sientes tan solo cuando ves que construyes algo, porque nisiquiera la madrugada puede doler para siempre. Los que sabemos que el odio es más fuerte, pensamos que sin embargo el amor es eterno. Una vez vi la ópera china y me dejé llevar por aquellas voces salidas de otro mundo. A diferencia de esos reinos suspendidos en las nubes, la acción de la obra ocurría prácticamente en el fango y en lo postrero de la batalla y alguien que lo pierde todo pinta. Y empieza a pintar en una gruta, diciendo así que en el país de la seda los sueños existían. Desde entonces a veces me he acordado del chino que pintó como si bailara una música divina, hasta que una vez en el colmo de la soledad, me vi interrumpiendo una carta, sentándome en el suelo y dibujando los paisajes que imaginaba en mi novela. Esos lugares que nunca podré ver porque seguramente ni existieron. He estado años intentando recomponer algo de lo que no se sabe demasiado, pero ahora es tiempo de dejar fluir las bondades de esa gente que en algunos momentos va a tener que sonreírse porque si no nunca podrá decirse que vivieron dentro de las letras. Si nos miran, deben mirarse a si mismos con honestidad porque es como miran al mundo y todas esas sensaciones las traducía en un plano, un trozo de bosque en un espacio vacío y un color según el estado de ánimo. Ahí estaban esos mapas que no podía explicar y que sin embargo necesitaba si quería componer esa historia.
Me encuentro en Berlín pintando en el suelo como hacen los niños o alguien que se siente verdaderamente tranquilo. Y pinto esos lugares que me gustaría ver y que me gustaría enseñar a las personas que me aprecian como si estuviéramos dentro del papel.
Hoy es un día muy especial para mucha gente. En Berlín como en tantos lugares no conocen nuestra tradición, pero una vez al año cambiamos la pluma y la espada por el libro y la rosa. Un día lleno de sentimientos en el que queremos que las personas amadas estén más presentes que nunca.
Así que vendiendo libros y regalando rosas en el stand que el Kasal català de Berlín ha montado esta mañana en la Friedrichstrasse.
Bona diada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este día veremos el mismo dragón,tras navegar el rio de Berlin