domingo, 3 de abril de 2011

CREEP


cHace dos años era algo más que un perdedor que bailaba completamente solo todos los lunes por la noche en una pista donde se reunían personas en paro, distintas carnes de batalla, auténticos outsiders, inadaptados y gente sin una vida normal. Cuando el Dj ponía Creep de Radiohead todo el mundo se largaba a la barra, pero yo me quedaba ahí mirando el suelo con la derrota encima los hombros, los pantalones agujereados y un montón de recuerdos que se iban convirtiendo en fábulas de algo hermoso o triste, no sabría explicarlo mejor.


La primera vez que oí esa canción llevaba en la cabeza dos manuales enteros y me despertaba tumbado en el asiento de un coche. A través de la ventanilla vi los primeros edificios que de golpe rompían un cielo extenuado por horas interminables de carreteras desiertas y aquello era Lisboa. En aquella época la misma vida era lo que me daba realmente miedo, porque no me consideraba una persona capaz de luchar por algo. Recuerdo que le pregunté a mi primo qué grupo era ese y él me soltó que eran los Radiohead.


Nunca volví a alcanzar aquella sensación de algo enorme como aquella vez que las guitarras sacudieron mi mente. Pero la bailé una y otra vez como quien persigue su sueño, porque esa melodía me encontró encima de un escenario con los que en una época fueron casi como mis hermanos, un clan, una compañía. Y en cuanto Thom Yorke pasaba a una octava más alta cargábamos los muebles que hacían de decorado y recuerdo que la gente se quedaba chocada al empezar ese segundo acto, porque la historia no tenía nada que ver con todo lo que se había contado en ese momento. Era algo mágico. Lo ritualizábamos con los nervios cortándonos el cuello. Recuerdo que los cuatro nos mirábamos como si nos lo jugáramos todo cada vez que nos tocaba hacer el cambio y veíamos como la parte más dura de la obra quedaba todavía por hacer.


En Berlín ya no estaban mis primos, ni mis amigos, ni la compañía de teatro, y todo lo que había hecho había quedado atrás después de tanta lucha para nada, pero ahí estaba en esa jodida pista y poco más me importaba porque estaba volviendo a empezar y teniendo que aprender un idioma, sin usar más la targeta de crédito, sin poderme permitir ropa nueva y comiendo siempre la misma basura. Aquello se vaciaba y era el último en volver a casa, la mayoría de las veces ya de día.


What the hell am I doing here?

I don't belong here.


Dos años después es sábado por la noche y yo soy el Dj de esa misma discoteca. La pista está a reventar y todo el mundo está gritando la letra como si fuera de ellos, porque seguramente lo es. Pongo la luz blanca para poderles ver y sus voces parecen más fuertes que sus sombras. Es esta la venganza de la vida: El tío que siempre me echaba fuera gritándome algo que apenas entendía ahora me me paga más que a los otros que hacen el mismo trabajo que yo ahí. Toda esa multitud que no se conoce está sacando el alma y es como si una honda brutal lo eclipsara todo.


Ves que no has llegado aún a ningún sitio pero ya estás en el otro lado. Sé que esa banda ha aborrecido esa canción. Yo casi la detesto de tantas veces que me la piden, pero es algo tan grande como atreverse a vivir, o como dar un paseo un domingo por la mañana como si fueras otro más, o como tantas otras cosas. Si Churchill viviera, les diría a los Radiohead eso de que "nunca tantos han debido tanto a tan pocos", pero yo sí que vivo y lo veo así, porque hay canciones que son los mejores regalos, otras que son pedazos de uno mismo, y la mayoría lo mismo que un libro con distintas lecturas.

1 comentario:

Rutger von Blum dijo...

Un artículo muy sincero y universal.

What the hell am I doing here?! I don't belong here..., una gran pregunta que me he planteado tantas veces en tantos lugares distintos, que la he acabado transformando por pura supervivencia en la siguiente cuestión: What the hell am I not doing here?!