sábado, 17 de julio de 2010

Ante las altas temperaturas y los últimos acontecimientos, mi dieta consiste en seis tazas de café y dos paquetes de cigarrillos diarios. El resto lo pone el enjuague bucal. La subida de sueldo ha sido paralela a la de los problemas, pero podríamos decir que un libro que buscaba desde hacía tiempo me ha salvado el culo y se ha convertido en un buen compañero de viaje.
La ola amarilla me pilló en lo más bajo de la Schönhauser Allee mientras me encontraba berlinenando hacia ninguna parte en concreto y quedé bastante aplastado por cierto, porque esta ciudad no está preparada para el calor, la calle parecía deshacerse como caramelo fundido y mi tensión pegó la misma bajada que sufrieron las bolsas españolas, es decir, que se fue a tomar por saco con una facilidad pasmosa y terminé por reciclarme en uno de esos autobuses sauna que te devuelven a casa deshidratado y odiando a todo ser viviente. Los berlineses están estupefactos y no hablan de otra cosa que no sea el tiempo, porque del mundial prefieren no acordarse y de esta manera uno no puede ir a ninguno de los lagos a darse un baño poque se encuentra que hay cola para meterse entre hierbas y lodo.
En el trabajo todavía es peor, porque los clientes sólo quieren sentarse en las terrazas y en cuanto toca cerrar se ponen de los nervios e intentan tirarte una silla encima. Los yonkis de la plaza andan muertos de sed y ya no piden un euro sino que lo exigen de mala manera, la cocina se ha convertido en un lugar para infrahombres y las propinas han pasado a ser algo del pasado, porque no hay dinero.
La jornada del 10 de junio en Berlín fue bastante emotiva. Las "senyeres" ondearon alrededor del reloj de la Alexanderplatz y la protesta se realizó sin ningún accidente. Altas temperaturas pero mucha concordia. Los alemanes, como siempre, hicieron ver que lo entendían todo. En casa me esperaba el balcón, unos cigarrillos y las mismas fachadas con árboles atiborrados de pájaros y mujeres preñadas paseando por debajo sin hacer nada más en todo el día. Cuando salgo del barrio siento que estoy fuera de la realidad virtual.
Precisamente fue el Doktor el que me sacó del cuarto para llevarme a uno de los putos lagos que hay cerca de Bernau. Según él por ahí no habría casi nadie. Así que salimos disparados en su coche mientras el paisaje se transformaba en un amalgama de verdes que oscilaban en el aire. Como en las película, todo con sabor a libertad y música alegre. Yo estaba por cortarme las venas. Llegamos a un charco enorme con unos árboles achaparrados y unos juncos cerca de la orilla. El Doktor y su novia se fueron directos al agua. Yo me quedé sentado con las gafas de sol fumándome un pitillo pensando en largarme. Al cabo de media hora me harté y me quité la ropa. Me puse a nadar un rato, pero si he de ser sincero, me sentía bastante gilipollas ahí enmedio flotando como una rana intentando no amargarme.

Porque todo era genial y todo se ha ido de golpe a la mierda.

El libro llegó ayer de la mano de mi otro compalero de piso, Gunnar. Otro que me deja. Al final es definitivo y se larga para Dinamarca para terminar la carrera que dejó a medias. Se ha hartado de repartir pizzas con la moto y lo entiendo. Yo me quedo con su cuarto y a partir de agosto tendremos nuevo coinquilino, un chaval que viene para dos meses, lo típico.
Es una de las obras de ciencia ficción más preciadas de todos los tiempos: el "Nosotros" de Zamyatin, que es algo difícil de encontrar porque en su día el estalinismo se ensañó hasta lo imposible con la obra de este autor, desterrándolo de las letras rusas como pasó con tantos otros autores que se desmarcaran de las pautas marcadas por los círculos oficialistas. Creo que es una buena época para detenerme en sus páginas.

1 comentario:

Ferran Porta dijo...

Berlin mola... normalment, però amb aquesta calor esdevé un dels pitjors malsons. Jo que aquí me les prometia felices... putu canvi climàtic, o el que sigui.