jueves, 10 de septiembre de 2009

No es bueno. Es la segunda vez que escribo un cuento y ni siquiera creo que sea mío. Lo he escrito con fiebre, como se hacían los versos en la antigüedad. No es mi forma de hacer las cosas, pero una vez terminado voy a dejar tal y como es. No creo que te lo pueda leer, porque si te viera perdería la voz, como cada vez que pienso en ti. Sobre la magia y la pérdida: la sombra del duodécimo arcano es la serenidad que lucían los condenados a las proas, los primeros que alcanzaron Samotracia.
Estanques sin ninfas

Todos los enanos trataban de empujar el carruaje que se había atascado en el lodo. La caja de cristal se hundía devorada por el sotobosque de los miedos y las nieblas no llevaban a Avalon. El ogro cavaba una fosa que nadie iba a usar intentando dar la espalda al mundo, el muñeco de madera lloraba sentado en una rama porque no sabría como explicarlo y el príncipe llegaba demasiado tarde con los zapatos rotos.
-¿Alguien sabe lo que está pasando?- clamaba el valeroso sastre intentando tensar una cuerda. El árbol crujía, la lluvia golpeaba el barro. Un cortejo formado por todos se sepultaba sin llegar a su destino. El lobo gemía con todas sus fuerzas intentando tirar de la cadena del reloj de agujas que llevaba atada al cuello. El féretro ya cubierto de cieno se despedía como el canto de la sirena convertida en espuma, la última lágrima del cisne, el blanco de un lirio ahogándose, el azul de tus ojos cerrados.
- Las hadas enfermaron y se están muriendo una a una.- respondió el conejo.
Es el fin de los cuentos y de las noches con estrellas.
No se los digas a los niños. Ellos no tienen la culpa de lo que está pasando.
Estanques sin ninfas. Castillos abandonados. ¿Llegaste a conocerlos? Quizás fue antes o después de que estuviera a tu lado, pero nunca entonces.
Adiós, te dirán todos los monstruos, pues son siempre los últimos en marchar.
Adiós, tu que nos viste, no nos veas ahora así partiendo junto a tu honda pena.
Adiós. Jamás nos olvides, por favor. Nosotros también fuimos tú.

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