domingo, 9 de agosto de 2009

El unicornio, la gorgona y la manticora

Hace unos días me dejé caer por la tienda de libros antiguos que hay en la Raumerstrasse con la intención de salvar algunos discos del polvo al que condenan las modas y los versos del eclesiastés. Evidentemente es uno de los placeres más absolutos realizar descubrimientos entre esos estantes, porque son las obras las que te eligen a ti.
Desapercibida a los ojos del hombre que está inmerso en el recuento de la colección de postales de época y ordenando las distintas piezas de Shakespeare, se asoma una caja con varios discos en su interior, librettos, artículos de prensa internacional y un montón de anotaciones: el título es más que sugerente, tanto que lo pienso adoptar para escribir algo propio: el unicornio, la gorgona y la manticora, un ballet de Gian Carlo Menotti. Las imágenes eran tan claras como alegóricas. Las distintas bestias mitológicas y el poeta. Costaba sólo un euro y sin embargo ahí dentro había la vida de alguien. Desde el primer momento me hechizó.
Qué cosas más extrañas suceden en Berlín. Las chicas que me llamaron pensarían que soy el tipo más raro de la tierra, porque en ninguna de las conversaciones para quedar y tomar algo dejaba de sonar esa música que encontré de otro mundo, y mis compañeros de piso tuvieron que preguntarme como me había gastado el dinero en esa cosa. Y sin embargo no ha hecho más que gustarme: resulta que además la historia, narrada por un coro, es casi como una tragedia griega pero invertida. Es decir, se condena la pueblo y no al héroe por terminar su ciclo. Se condena a los Duques por ser la personificación de la superficialidad que se apropia de los méritos de esos seres malditos y relegados por la sociedad. Se condena al público por no haber sido capaz de ver de la misma manera que Tiresias le profetiza a Edipo un futuro en el que sólo podrá gritar en la oscuridad.
Curiosamente ayer por la tarde, que estuve paseando con Kether por todo Treptow Park, pude ver los mismos álamos en el mismo prado verde en el que Silvana Mangano abre la adaptación cinematográfica que Pasolini hizo del texto de Sófocles. No era el mismo sitio, por supuesto, pero lo era. Las disonancias de Mozart compuestas para su maestro Haydn sonaban en mi mente y me sentía como la primera vez que vi esa película, mientras todo el mundo miraba a la chica de las medias de reja y los zapatos de charol, más desnuda que vestida, como en aquel cuento de la edad media, y la hierba nos llegaba hasta los tobillos.

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